martes, 5 de marzo de 2013

La Entropia de la Revolución Bolivariana


Norberto Ceresole

Capítulo I
La crisis ideológica y la parálisis y desintegración operativa que afecta a la nomenklatura quintarrepublicana es la versión tropical del mismo viejo delirio que siempre calentó los sesos de los «iluminados», en todo tiempo y lugar: confundir con la realidad lo que sólo está escrito en un papel. Es cierto que el texto de la nueva Constitución otorga libertades extraordinarias a los ciudadanos de Venezuela, pero en la vida real se les sigue prohibiendo a la inmensa mayoría de la población el derecho más simple, que es el derecho a una vida económicamente digna.

Discursos delirantes hablan hasta la saciedad del «poder popular» y de la «democracia directa», pero se le niega al pueblo un simple y sustancial aumento salarial, que es el inicio y la base insoslayable de cualquier proyecto mínimo de justicia social. Estamos en el núcleo de todos los proyectos izquierdistas, que cuando se transforman en gobierno, en cualquier parte del mundo, constituyen la negación de cualquier práctica económica distribucionista. Todos los regímenes de izquierda que nacieron y murieron en el siglo XX prefirieron trabajar con mano de obra esclava o semi-esclava; en todo caso con proletariados con bajísima capacidad económica.

En oposición a esos regímenes surgieron las distintas formas de «fascismos» y de populismos. El denominador común de todos esos «fascismos» y populismos fue su voluntad distribucionista que, históricamente, a lo largo de todo el siglo, estuvo en franca y clara oposición al concentracionismo económico (en el «Estado» y en la nomenklatura) de las distintas formas a través de las cuales el marxismo-leninismo accedió al poder. No hubo ningún gobierno «de izquierda» que, para lograr la tan anhelada «acumulación original», no haya acudido, en primer lugar, a la superexplotación del proletariado y del «bajo pueblo» en general.

Venezuela sigue por el mismo camino «progresista». Pero negándolo en los discursos a cada momento, lo que lleva a un verdadero «delirium tremens», que me recuerda las discusiones que hace treinta años manteníamos con un grupo de amigos (los entonces llamados «albaneses») del Partido Comunista Italiano. Allí se trataban hasta en sus detalles más insignificantes las características que deberían poseer los «nuevos hombres» que construiría el «verdadero socialismo» de Enver Hoxa. Pero nunca se resolvieron los «pequeños detalles» de la vida: con el tiempo el régimen cayó y aún no se había siquiera diseñado el alcantarillado y no había luz eléctrica fuera de algunas manzanas del centro de Tirana.

Hoy Venezuela está afectada, en esencia, por la misma parálisis, por un tipo similar de demencia política: el síndrome albanés. La nueva clase gobernante carece en absoluto de capacidad para traducir en hechos puntuales y concretos, económicos y sociales, dentro de la misma comunidad venezolana, aunque sea sólo una parte de los confusos lineamientos estratégicos que expone el Presidente.

La ruptura entre el discurso y la práctica económica, social y política se produce por dos motivos básicos: por la confusión intrínseca de la estrategia que expone el presidente (declamar objetivos sin señalar nunca los medios para realizarlos), y por la ridícula pretensión de alcanzarlos a través de una burocracia (nueva clase) no sólo anclada en presupuestos ideológicas del siglo XIX. El problema es que esa burocracia «democrática» es sobre todo leal al sistema que dice combatir. Asimismo la ruptura entre la estrategia (exterior) y las acciones económico-sociales internas es total y absoluta. Lo que significa que estamos en el camino seguro hacia la catástrofe.

La pretensión de realizar una revolución social interna - construir el tan cacareado «poder popular» o «democracia directa»- dentro de un marco de economía de mercado sería aceptable si estamos pensando en un Capitalismo de Estado, o un Capitalismo Nacional, que es una concepción transideológica que originariamente emerge de tres conceptos básicos de la Alemania guillermina-bismarckiana, ya olvidados por las Academias Neoprogresistas: Economía de Guerra, Planificación y Movilización Nacional.

Son estos conceptos (que deben ser rescatados y revalorizados) los que nos llevan a expresar una verdad tan simple y elemental que casi avergüenza tener que recordarla: no puede existir ninguna forma de participación política del «pueblo» sin una dignificación económica previa de los trabajadores (vía «salariazo», en primer lugar), ni una organización productiva mínima de los marginales, entendida como paso previo a su integración completa en una economía de pleno empleo.

La nomenklatura quintarrepublicana pretende realizar su «revolución» sin justicia social no sólo en un marco de «libre mercado» (lo que ya sería la cuadratura del círculo), sino sobre todo manteniendo el ajuste y la apertura económica dura y pura. «Ajuste» y «Apertura»: he aquí las dos variables hegemónicas a las que se considera «conditio sine qua non» para el mantenimiento del «status quo» con Washington. Después de casi dos años de revolución no se pueden elevar sustancialmente los salarios de los trabajadores, ni organizar económicamente a las masas de desocupados a partir de sueldos mínimos asegurados por el sector público, porque la política económica es de ajuste y apertura (es decir de transferencias de ingresos hacia la cúpula de la pirámide social y, desde allí, hacia el exterior del sistema). En ningún momento la conducción económica ha intentado siquiera alterar parcialmente las reglas impuestas por la dogmática liberal y por las instrucciones del Fondo Monetario Internacional. Esto encaja muy bien con la Weltanschauung izquierdista de la nomenklatura. Estamos simplemente en el puente que siempre unió al capitalismo con el socialismo real y la socialdemocracia.

Esta estrategia lleva a las Fuerzas Armadas a una actividad puramente asistencialista y coloca al estamento militar en una posición extremadamente débil e insostenible en el mediano plazo. Para mantener un discurso falsamente populista se utiliza a las Fuerzas Armadas en tareas de «asistencia social», pero no de organización productiva de la mano de obra expulsada del sistema. El asistencialismo militar reemplaza, entonces, a la justicia social.

En estas condiciones hablar de «poder popular» o «democracia participativa» es algo más grave que expresar una mentira disfrazada de verdad: este puro teatro que representa una revolución sin justicia básica (que es la justicia salarial) nos coloca dentro de las más estrictas tradiciones de la política económica marxista-leninista. En todos los casos, sin excepción, el «socialismo» trató de construir un sistema económico a partir de la superexplotación y de la esclavización de los trabajadores y de los marginales. Y siempre es lo mismo, en la ex URSS, en la República Española, en el Chile masónico de Salvador Allende, en Cuba, en Albania o en la democratísima República de Weimar. El primer derecho que pierden los trabajadores y los «pobres» es el más básico y fundamental: el derecho a percibir un salario «sustancialmente digno».

La clave entonces para entender a Venezuela consiste en asumir el hecho de que por el momento no existe (como inicialmente se pudo haber supuesto) ninguna diferenciación ideológica entre los dos niveles o escalones de decisiones instalados en el gobierno.

'El escalón estratégico es el que está determinado por el ámbito de decisiones que emergen de la figura del Caudillo propiamente dicha, tal como yo la he definido en un libro anterior, con su correspondiente nivel de legitimidad (legitimidad carismática). El escalón táctico, o formal, es el determinado, en cambio, por el ámbito de competencia del sistema político que emerge como factor derivado o subsidiario de la legitimidad carismática, tal como ello será analizado más adelante. Todo ese sistema político subsidiario o derivado no tiene ningún tipo de legitimidad. Por el contrario, vino cargado de un fuerte parasitarismo ideológico que actuó como causa principal en el proceso entrópico que ya ha afectado a la totalidad del proceso.

No hay contradicciones entre ambos niveles en la exacta medida en que el escalón táctico, o formal, fue y sigue siendo el ejecutor del proyecto estratégico central.

La existencia de estos dos escalones o niveles de gobierno es lo que explica, entre otras cosas, las permanentes contradicciones que surgieron entre las declaraciones de destacados miembros de la periferia (del gobierno), y algunas acciones prácticas que en pasado asumió el Caudillo. Ésas anteriores contradicciones formales son ya cosa del pasado. En la actualidad parece haberse diluído la frontera que separaba a dos niveles decisionales distintos en Venezuela. En todo caso ella no era un fenómeno derivado de la existencia de dos ideologías diferentes (una central y otra periférica) dentro del mismo proceso.

En estos momentos yo he llegado a disponer de una visión muy amplia sobre la magnitud y la envergadura del bloque de fuerzas que adversan mis propuestas políticas e ideológicas. El está no sólo en Venezuela sino en el progresismo (lobby judío) de la Costa Este de los Estados Unidos. No hay que olvidar que quien legitima simbólicamente el proceso democrático venezolano es Jimmy Carter (quien en su momento fue el primer presidente norteamericano en viajar a Israel): esto quiere decir que el «progresismo» internacional intentó y logró, al menos provisoriamente, cooptar a Chávez. Esta es la raíz del problema de mi «expulsión» provisoria de la política Venezolana y de todos los agravios que he recibido en ese país.

Desde hace algún tiempo los analistas y los políticos (entre ellos el ex vicepresidente del país y el jefe de la DISIP, nada menos) popularizaron el concepto «ceresolismo» (y en cierto período se refirieron a él con cierta maníaca insistencia), al que definen como un corpus de ideas «antidemocráticas» que, sin embargo, para muchos otros ciudadanos de la República bolivariana, sirve o sirvió de sostén de los movimientos estratégicos del Presidente. Ya existen, incluso, algunos «ceresólogos» importantes y otros muchos aficionados. Y como no podía ser de otra manera se han publicado al día de hoy más de 1.000 artículos sobre esta cuestión, tanto en la prensa venezolana como en la extranjera.

En verdad el «ceresolismo» es presentado como el núcleo ideológico duro de un proyecto estratégico que supuestamente manejó, en algún momento del pasado, directa y personalmente, el presidente-Caudillo. Yo admito que lo que hoy en Venezuela se llama «ceresolismo» es ya una nueva realidad en la cultura política de ese país, y tema de interés creciente en universidades de la América Septentrional y en grupos de especialistas europeos. Y ello es así porque constituye una total transgresión con todo el pensamiento político anterior de y en la región. Incluso es una contradicción con la versión actual del chavismo, por lo menos con la que exhibe la nomenklatura quintarrepublicana.

El «ceresolismo» tiene relevancia porque es lo opuesto a todas las formas anteriores de pensamiento político en un país dependiente, pero de fuertes tradiciones socialdemócratas, como es el caso específico de Venezuela. Y porque, además, es un «sistema de pensamiento», es decir, un conjunto de conceptos ordenados y jerarquizados, donde cada una de ellos está orgánicamente conectado al conjunto. Tiene además conexiones profundas con importantes movimientos de ideas - tanto en Europa como en los Estados Unidos - que son vistas por los «establecidos» como desestabilizantes o desestabilizadoras.

En ese sentido el chavismo no es una ideología emergente del «ceresolismo»; ya que este último es un aspecto específico y puntual de un vasto movimiento revisionista internacional, que no acepta el actual universo político y cultural (del cual «la izquierda» es parte orgánica y constituyente), construido artificialmente a partir de la última posguerra mundial.

Desde un principio el «ceresolismo» causó una enorme irritación «todo azimut». La izquierda lo definió como fascista, mientras el establishment lo satanizó como «antisemita» (curiosa definición negativa de una persona que es amigo del pueblo árabe, cuna y crisol por excelencia de la raza y de la principal lengua semita); por su parte, importantes miembros del gobierno lo declararon inexistente. El espectáculo lo dieron, sobre todo, algunos raquíticos intelectuales orgánicos a la «idea del progreso», y a las gratificantes becas y codiciados empleos que ofrece el «mundo occidental» a los «pensadores» políticamente correctos.

Ante un hecho inesperado que se iba consumando con bastante rapidez, de la irritación se pasó a cierta perplejidad y, en la actualidad, a la aceptación más o menos resignada de que el mal ya está instalado, y para colmo funcionando, según algunos «ceresólogos», a través nada menos que del mismísimo Caudillo (lo cual es cada vez menos cierto, evidentemente).

Esta última etapa eclosionó con el viaje del Presidente a los países miembros de la OPEP y, sobre todo, posteriormente, con las declaraciones del comandante Chávez en distintas capitales de la América Meridional, donde reafirmó conceptos «ceresolianos» duros y puros. Simplemente volvió a enfatizar la idea de la necesidad de lograr la unidad militar en la América Meridional, como concepción filosófica y desde una perspectiva del desarrollo económico. El 31 de agosto de 2000, el enviado especial a Brasilia de «El Universal» reprodujo las expresiones del Presidente en los siguientes términos: «(Según Chávez)... la cooperación militar no puede quedar fuera del ámbito de la cooperación (en el ámbito de la América Meridional)... adujo que por objetivos geopolíticos y geoestratégicos de la región, es imperioso contar con un tejido avanzado en el ámbito castrense, que además se adapte a las nacientes realidades y a las necesidades de la población...».

Estábamos en el buen camino: «Todas las falsas integraciones están en crisis. Tal vez haya llegado el momento de ensayar la única integración posible: la bolivariana. Ella implica poner en marcha pueblos y ejércitos... y pensar en definitiva , en un gobierno para toda América Meridional». Esta es una cita de mi libro Caudillo, Ejército, Pueblo: la Venezuela del Comandante Chávez, que se publicó primero en Madrid (editorial Al-Ándalus), en febrero de 2000, luego en Beirut (en árabe, para todo el mundo Árabe), más tarde en Caracas (en papel impreso, reproduciendo la edición española) y electrónicamente, en Venezuela Analítica; y finalmente en Miami, en una editora virtual (www.e-libro.net).

A partir de ese momento se sucedieron acontecimientos políticos de tal magnitud que señalan la conveniencia de producir una profunda redefinición teórica del proceso venezolano. Dada la confusión antes señalada se hace necesario sistematizar el conjunto de ideas (políticas, historiográficas, geopolíticas, filosóficas y estratégicas) que conforman el llamado «ceresolismo» en Venezuela y, ya, en otros países de la región. En esa dirección será necesario leer el siguiente trabajo, que apunta a rescatar la Revolución en tanto transgresión, sin ningún compromiso ideológico con ninguna de las formas que ha adoptado el pensamiento, en especial el llamado «revolucionario», en un pasado ya definitivamente muerto.

Sabiendo que el «mal ejemplo» ya cunde por toda la América Meridional, sólo acudiremos a la Historia como fuente insustituible de conocimiento, pero nunca buscando paralelismos imposibles, o pretendiendo rescatar modelos ya inexistentes y, por lo tanto, irreproducibles. Nunca el pasado, excepto como grandeza (real o simplemente deseada), volverá a ser presente. «Una revolución completa de nuestro ser es una necesidad de la historia, supuesto que somos historia». Martin Heidegger, Lógica, 1934.

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